Biografía
Siempre he cantado. De niña, escuchaba a mi mamá cantar y silbar todo el día. Ángela, mi madre, fue una artista en todo el sentido de la palabra (hablaba esperanto, inglés, francés y pintaba batiks), mujer innovadora y arriesgada para su época, en cuanto tuvo alas propias, pidió profesor de guitarra, y a mi casa llegó Gustavo Fortich (del famoso dueto costeño Fortich y Valencia) y nosotros los hijos, de 10 y 12 años, acompañábamos a mi mamá en sus clases, aprendíamos a tocar guitarra, y de allí nació nuestro primer trio. Cantábamos boleros a tres voces, y cuando mis novios me llevaban serenatas, a veces yo me interesaba más por el acorde disminuido que por el que había contratado a los serenateros. En el colegio tuve un Cuarteto que llamamos “Ellas” y con Ellas recorrimos toda Colombia siendo muy niñas (acompañadas por nuestras mamás), nos ganamos la Orquídea d Plata en 1970 y llegamos hasta Miami, a cantar en el Encuentro de Orquideología. Con nuestras hermosas voces, maravillosos arreglistas colombianos nos hacían arreglos personalizados (Faltas Tu, Poema, Gota a Gota). Armando Velásquez y Edwin Betancur eran nuestros arreglistas de cabecera. Allí supe que mi vida estaría dedicada a la música.
Mi música es un diálogo entre mi guitarra y mi voz. Me gusta componer y también amo las músicas de raíz, me gusta el folklor de cada país, pero me gusta hacer mis propias versiones y “desarreglos” de temas tradicionales que hago con mucho respeto y cariño, pero decidida a apropiarme de estas músicas de otra forma, a mi estilo, con mis numerosas influencias musicales. Últimamente, a manera de reto, me he propuesto componer melodías sin guitarra, solo para ver qué ideas armónicas salen de allí, y ha sido enriquecedora esta experiencia.
Me gusta musicalizar poemas que me conmueven… soy mejor inventando melodías que poemas con métricas y rimas y todas esas cosas que se complican y que además deben tener sentido, significado… siempre me pareció una tarea difícil; aunque reconozco que he logrado escribir cosas que a veces me pregunto qué espíritu santo me invadía en ese momento, pues ‘la palabra poética’ no me sale con fluidez. He musicalizado poemas de Enrique Buenaventura, de Darío Jaramillo Agudelo, de Sonia Martínez, de Elena Ramírez y recientemente, de Joaquín Sabina, un viejo amigo de Londres con quien cantaba canciones de Bob Dylan, Leonard Cohen y Carole King y caminábamos las calles de Fulham Road con una guitarra al hombro y muchos sueños en el corazón.
1972-1975
Londres
Viví mi juventud en Londres, donde trabajé durante 3 años con mi hermano Luciano, cantando rock inglés, músicas de Simón y Garfunkel, James Taylor, Joni Mitchell, Carole King, Bob Dylan, y por supuesto con una permanente exposición al rock inglés de bandas de la época como Led Zeppelin, Emerson Lake & Palmer, Black Sabbath, King Crimson, Queen, etc. Uno de los músicos que mas me gustaban por su acercamiento a lo latino, a lo africano y al jazz era Stevie Wonder. Yo, que poco conocía la música latinoamericana, me encontré con un español que me enseñaba músicas de Mercedes Sosa, de Daniel Viglietti, de Violeta Parra y yo le enseñaba rock, baladas, Bob Dylan, Carole King. Ese español era Joaquín Sabina.
1978-1983
Bogotá
Regresé a Colombia, en busca de mis raíces latinas… mi identidad. Recuerdo que recorrí muchos pueblos de Antioquia buscando pasillos y bambucos y solo encontré tangos y rancheras… jajajá… Confuso descubrimiento. Entre 1976 y 1978, en Medellín, me dediqué a cantar en los bares de moda de aquella época (Bolerama, La Vendimia, Bar del Jazz, Café de la 21…), hasta que, habiendo agotado todos los escenarios medellinenses, me fui a probar suerte a Bogotá. Allí me encontré con un hermoso movimiento cultural (musical, dancístico, cinéfilo, pictórico…) y de amor a lo colombiano… esas eran las músicas que yo andaba buscando, las de mi niñez, los recuerdos de mi abuelo tocando Patasdilo en su flauta, de la “pollera colorá’ del Puerto Colombia de mi niñez. “Casa Colombia’ era nuestro centro cultural en Bogotá. Ubicado en la Carrera 5ª con 26, Torres de Salmona o del Parque, allí, un maravilloso visionario llamado IOS, nos traía de la costa atlántica a los Gaiteros de San Jacinto, del pacifico los currulaos y las marimbas y de otros lugares traía los vallenatos de Hilario Gómez; todos esos grupos musicales los llevaba a nuestra Casa Colombia, una casa cultural donde aprendí a tocar tambora, revivi mis cumbias y vallenatos, un bar y rumbeadero maravilloso que teníamos los habitantes de la Perseverancia. Fueron años muy fructíferos pues yo viajaba a diferentes regiones de Colombia con algunos amigos, investigábamos muy empíricamente, pero reconocíamos que allí estaba nuestra música, el valor de nuestra identidad (esa identidad colombiana que yo me cuestionaba a mi llegada de Londres). También me enamoré de los pasillos fiesteros, de las guabinas y bambucos de los hermanos Hernández, Carlos Vieco, Oriol Rangel, en fin, músicas que yo no conocía muy bien, pues tuve muy poca relación con la música colombiana en mi niñez.
En Bogotá estudié armonía de jazz en guitarra con Gabriel Rondón, a través de los libros de la Berklee School of Music. La armonía se convirtió en una de mis pasiones, así, las músicas andinas y costeñas colombianas me parecían hermosas en sus diseños melódicos y rítmicos, pero demasiado simples armónicamente, y por eso adoraba la música brasilera. Ahí comencé a pensar en cómo hacer una música colombiana con esas armonías brasileras que tanto me gustaban y con una poética más actual y con la cual yo me pudiera identificar, como la de Vinicius de Moraes.
1983-1998
San Francisco
Una tercera gran influencia se dio en San Francisco (California) donde viví 15 años (1983-1998) cuando trabajé durante 6 años con una banda de brasileros, haciendo música brasilera (no jazz) en bares y auditorios de San Francisco y sus alrededores. Los 6 años de intenso estudio de la música brasilera me enriquecieron armónicamente, y comencé a pensar si esas armonías de Jobim, de Edu Lobo, de Milton Nacimiento, yo las podría aplicar a los pasillos, bambucos, cumbias, etc., que tanto había estudiado y recogido en mis viajes e investigaciones empíricas en Colombia (1978-1983). Jobim, Vinicius, Elis, Milton, Chico, fueron mi otra escuela. Adoraba los ritmos sincopados del bambuco, el virtuosismo de los pasillos, el sabor de nuestros bullerengues, pero no encontraba una aproximación armónica moderna de todo mi gusto.
Las primeras músicas que compuse en San Francisco fueron “Cumbianeo” y “Recuerdos de Medellín”, escritas en 1989, 1990, 1991 y, sin duda, tienen influencias de Hermeto Pascoal, Elis Regina y Joao Bosco, entre otros, más que del jazz. Nunca toqué jazz o canté standards en San Francisco. Eso sí, estaba rodeada de jazzistas y músicos brasileros, con ellos trabajaba, con ellos tocábamos mis canciones de folklor colombiano que yo intentaba armonizar a la manera brasilera. En la Universidad Estatal de San José sí estudié armonía y arreglos de jazz y aprendí a improvisar, pero solo cantaba o improvisaba en los ejercicios académicos como tal, no en mi vida profesional. A la par que cantaba mucha música brasilera, también tocaba con dos excelentes músicas venezolanas, Jackeline Rago y María Márquez con quienes teníamos el Trio Altamira, explorábamos músicas latinoamericanas con mandolina, guitarra, percusión y armonías diversas. Con Altamira viajamos a Japón y participamos en numerosos festivales latinoamericanos en la Bahía de San Francisco. Con ellas comencé a explorar las músicas colombianas y latinoamericanas de manera más contemporánea. Entre 1995 y 1998 me uní al quinteto Crosspulse que dirigía Keith Terry, maravilloso percusionista, bailarín e innovador en la técnica de Body Music. Con él viajamos por todos los Estados Unidos y tocamos con la orquesta Gamelana de Bali, en Indonesia.
1998-2002
Madrid (España)
Solamente cuando dejé San Francisco del todo en 1998 y me fui a vivir a Madrid, comencé a cantar con una banda de jazz (Old Friends) y allí sí improvisaba en los standards de jazz. Allí seguí estudiando jazz, transcribía standards, incluso daba clases de armonía, y allí conocí a Jerry González (Fort Apache Band), con quien tocaba en bares y con quien grabé dos canciones en mi disco Vivir Cantando, también conocí a Barry Harris y con él tomé cursos de armonía y jazz.
Con mi visión de la música colombiana, llevé el espíritu de Colombia a Holanda, Inglaterra, Portugal, Francia, Alemania y, dentro de España, a Barcelona, Zaragoza, Bilbao, Málaga y otras poblaciones.
2002-2011
Medellín
Después de tanto viajar, regresar a Medellín era lo justo, compartir de nuevo con mi mamá, mi familia, con mis amigos de infancia y, sobre todo, mirar desde el país de origen esas músicas que yo había llevado a muchos países del mundo en representación de Colombia. Desde esa perspectiva nace mi disco Majagua, grabado con los mejores músicos del momento (año 2004) Antonio Arnedo, Hugo Candelario y su grupo Bahía, Puerto Candelaria, Guafa Trio, Carlos el cuco rojas, Luis Fernando Franco, los hermanos Sandoval, Ricardo Uribe, Gabriel Rondón, Ramón Benítez, Mario Baracaldo. Fue un elenco de lujo. Y mi sueño hecho realidad.
2011-2021
Medellín
En estos últimos 10 años, en mi ciudad natal Medellín, a mi trabajo de composición he añadido el trabajo investigativo- artístico y creativo (sobre mi familia musical, sobre el Bullerengue, sobre los Alabaos y el Romance, sobre el Porro, sobre la música andina) y la docencia en la Universidad de Antioquia, universidad a la cual me siento orgullosa de pertenecer (como mi padre (odontólogo) y mi tío bisabuelo (cirujano). También tengo con mis estudiantes un círculo de Improvisación Somos Uno y mi ensamble vocal Kalula